miércoles, 12 de mayo de 2010

Delusión

Ya dejó vacante su puesto en mi pedestal. Quizá fue demasiada responsabilidad el ser amado o admirado.

Pero luego me enseñó que fui la mala y la víctima de la película a la vez, intercambiando papeles e ignorando en que escena actuaba cual.

Y si nos encontráramos de acá a un año o dos, ¿como sería? Tal vez me vería correr como loca de la mano con cualquier sujeto, añorando las largas caminatas de madrugada donde las palabras sobraban, mientras la luna se opacaba ante la presencia de un incipiente sol, y nos decíamos adiós sin querer despedirnos. Hasta que por fin, callábamos por un buen rato y con una sonrisa, yo cerraba la puerta.

Con un fondo musical en la escena, me doy cuenta que no todos los finales son felices como te enseñan en las películas, o, en todo caso, muchas veces el final más feliz, es en el que dejan de hacerse daño y no vuelven a verse más.



DdC.

sábado, 8 de mayo de 2010

Adiós

Fuiste lluvia en primavera
Fuiste inspiración a la primera
Fuiste balada sin razón.

Fuimos romance a nuestro modo
Fuimos nada y fuimos todo
Fuimos mutua devoción.

Fui labios de acero
Fui muslos en tu cielo entero
Fui destello en la pasión.

Fue un pútrido corazón.

DdC.

sábado, 1 de mayo de 2010

Ojos que no ven (o caminos invisibles)



La otra tarde tuve la oportunidad de hacer algo que nunca antes había hecho. De hecho, no pensé que era tan difícil, y tampoco me puse a pensar que pasa antes y después de que ayudas a cruzar la pista a una persona que no puede ver.


Salía del trabajo y al llegar al cruce de Benavides con la Vía Expresa, estaba esta persona. Confieso que me dio un poco de vergüenza acercarme para ofrecerle mi ayuda, pero sabía que definitivamente la necesitaba. Así la ayudé, pero había que ir a su ritmo e indicándole cualquier tipo de obstáculo cercano, cosa a la que no estamos tan acostumbrados a notar cuando caminamos. Llegamos al otro cruce y recién le pregunté adonde iba. Me comentó que iba al Parque Reducto, del cual, por suerte ya estabamos cerca, así que otro cruce y ya estabamos en el Parque. Luego me despedí y seguí caminando.


Mientras caminaba, me puse a pensar en que una persona así, tiene que esperar obligatoriamente a que alguien la ayude a cruzar la pista. Además de hacer un mapa mental de algo que nunca ha visto (en algunos casos, otros sí), para poder saber hasta donde llegar, o no perderse en el intento. Incluso, hasta me puse en su posición, y pensaba qué incómodo podría ser tener que estar en contacto con tantos extraños por necesidad. No es que no se agradezca el gesto, pero no encuentro muy grato ser tomado por sorpresa constantemente, y hasta eso puede sentirse un poco invasivo. Pero asumo, que como en todo, uno se acostumbra.


¿Y nosotros? Los que sí podemos ver por donde vamos... ¿por qué seguimos perdiéndonos?
DdC